Lo más importante es contar primero con el título que nos habilite para el ejercicio profesional de la abogacía, pero además debemos tener vocación y aptitudes, además de ser responsable y dedicado. No basta con tener alguna de estas condiciones, debemos reunir todas. Un buen abogado debe ser una persona en la que deposites tu confianza, de trato fácil, de gran capacidad dialéctica, alguien que no rehúya los conflictos difíciles, sino que se preocupe por solucionarlos de modo eficaz, que le gusten los desafíos y no se amedrente ante las adversidades, imaginativo, además de convincente para que sus argumentos resulten creíbles para el Juez.

El abogado debe ajustarse a la ley, pero siempre se puede amoldarse a nuestras necesidades si se sabe aplicar con maestría, no solo nos podemos basar en las palabras ya que son vagas y ambiguas y muchas veces son los hechos lo que importa, puede utilizar esos recovecos legales para beneficiar a su cliente.

Debe ser conocedor de las leyes, la doctrina y la jurisprudencia, pero debe ser esencial y no literal, ya que debe extraer de esas fuentes su sentido más pragmático en relación al caso concreto que en ese momento lo atañe.

Para terminar, si alguien pretende ser un buen abogado, no es suficiente con saber de leyes, hay que dejar que el corazón y la pasión nos guíen en la tarea, para que nuestro trabajo sea exitoso, lo que no significa que siempre se gane, sino que se haya usado todas las armas todas las armas  estrategias de las que dispongamos en cada caso, las mejores herramientas disponibles, manipuladas del mejor modo, sin sentir rencores por nuestro oponente, que también está luchando en la defensa de su cliente de igual modo.